Memorias andinas

Cusco, 6 de febrero del 2001

Era mi segundo viaje transoceánico a favor del reloj: según me había ido acercando a mi destino peruano, mi día se había ido alargando hasta alcanzar las 31 hrs.

Además de mi mochila, llevaba dos cajas de libros que tuve que empujar en dos transbordos internacionales porque no tenía dólares para los carritos de los aeropuertos, cosa que me ha pasado más veces a lo largo de los años (eso y tener el DNI caducado al embarcar, glubs).

Aterricé en el aeropuerto Teniente Alejandro Velasco Astete del Cusco al mediodía y a 3310 metros sobre el nivel del mar: solo volando había estado tan alto, y estaba agotada.

Guardo recuerdos muy nítidos de ese día. Como la mezcla de expectación y miedo que sentí en una de mis nuevas colegas. Joven, alegre, brillante, con una espesa cabellera larga y rizada, recién licenciada, no podía ocultar su nerviosismo al tomar la única escalera mecánica que había en la ciudad entonces, la del aeropuerto. Yo tomaba el metro (y sus escaleras mecánicas) sola desde los 12 años, y me costaba creer lo que estaba viendo.

Cansada y todo, no me resistí al paseo por la ciudad que me ofreció el responsable del equipo antes de llevarme a descansar: subida en la parte de atrás de su pick-up roja, con mi pelo revuelto por el aire y el viaje, escuchaba todo lo atentamente que podía a mis nuevos compañeros. Aquí la Plaza de Armas, aquí la de Nazarenas. Pero no retenía nada porque no podía dar crédito a lo que veía: estaba en lo que, a mis ojos, era la ciudad más gay-friendly del mundo mundial, años antes de conocer este concepto (y muchos años antes más de resultar obsoleto). 

Mi hermano había salido del armario a principios de los 90, y acompañarle a la celebración del orgullo (gay) se había convertido en una costumbre fraternal. Entonces, en Madrid apenas desfilábamos suficientes personas para evitar que la enorme bandera de colores que sujetábamos sobre nuestras cabezas subiera por la Gran Vía sin tocar el suelo. Y ahí estaba yo, en este otro entonces, viendo decenas de banderas del arcoiris hondeando orgullosamente por todo el centro histórico del Cusco: en restaurantes, hoteles, organismos oficiales, plazas… Sencillamente, yo alucinaba. Tanto que ni pregunté: quise creérmelo y a nadie se le ocurrió explicarme que aquella era la bandera del Cusco. Lo descubrí por mí misma después.

Lo que aún no entendía del todo es que, en los siguientes meses, iba a vivir otras muchas experiencias que me incitarían a mirar con otros ojos y escuchar con otros oídos. El espacio tiempo que compartí con este equipo, cuya tasa de extranjeros creció exponencialmente con mi llegada, cambió radicalmente mi percepción del mundo y de mí misma.

Experiencias simples que pondrían en evidencia la amplitud y la diversidad de la brecha socio-cultural entre nosotr@s. Como cuando me acompañaron a visitar a la vicecónsul española, que vivía en uno de los poquísimos edificios altos de la ciudad, y otro de mis compañeros subió por primera vez a un ascensor. O cuando decidí irme tras 2 horas de espera y antes de que llegarán los primeros asistentes a una reunión. No exagero: hablo de 2 hr de reloj de retraso, y de la expectativa de que yo siguiera esperando más aún.

Yo, simplemente, no estaba preparada para comprender de una el valor de la (im)puntualidad, ni muchos otros valores en el contexto cusqueño. No conocía aún la biblia de izquierdas, en referencia al libro «Las venas abiertas de Latinoamérica» de Eduardo Galeano, ni había oído hablar aún de Túpac Amaru, ni del inca Garcilaso, ni de Sendero Luminoso, ni de Alán García, ni de Fujimori siquiera… ¡tanto me quedaba por descubrir! Pero me consideraba joven, culta y viajera, y creía saber todo lo importante ya.

Me incorporaba por un periodo de 9 meses al equipo cusqueño de la ong para la que estaba trabajando. El responsable del equipo era un ilustre hijo predilecto del Cusco, respetado dentro y fuera de contextos académicos, pero tenía unas creencias inamovibles e inconscientes sobre la relación entre la posesión de un pasaporte español actual y el destino del imperio incaico siglos antes. Se refería a mí con expresiones como «princesa conquistadora», lo que me resultaba simpático (yo era de ciencias, la historia nunca me gustó particularmente) y solo más tarde comprendí que había marcado el norte a la actitud de los miembros del equipo hacia mí, en particular de aquellos que asistían a sus clases de antropología en la Universidad San Antonio Abad del Cusco.

Fue justo a uno de estos estudiantes voluntarios, que con el tiempo se convertiría en un gran amigo, a quien sentí pronto la necesidad de recordar que habían sido sus ancestros, y no los míos, los que había atravesado el Atlántico, procedentes de la Península Ibérica. Me codeaba con la flor y nata de la ciudad imperial y yo procedo de un barrio obrero, y las actitudes agresivo-pasivas no eran mi fuerte, por así decirlo. Y aunque aprendí a descifrarlas (y usarlas), siguen sin ser santo de mi devoción, a decir verdad.

En aquel espacio tiempo aprendí que yo sabía poner límites sostenibles y la vida me dio la oportunidad de practicar este don.

TE ACABO DE COMPARTIR RECUERDOS DE MI PRIMERA VISITA A LOS ANDES.

SIGUE BAJANDO PARA CONOCER EL ENCUENTRO QUE HE CREADO PARA HOMENAJEAR A LA COSMOVIVENCIA ANDINA

«Nuev@s guardian@s de la tierra vendrán de occidente y aquell@s que han causado un impacto mayor en la Madre Tierra ahora tienen la responsabilidad de rehacer la relación con Ella, después de rehacerse a sí mism@s» 

Mensaje de la nación Q’eros

Patio de El Arte Sano, Urubamba

ENCUENTRO DE LA PACHAMAMA

una ofrenda de agradecimiento a la Madre Tierra

irradiando desde el Valle Sagrado de los Incas (Perú) hacia todas las direcciones del planeta

En la cordillera de los Andes y otras regiones próximas de Latinoamérica, el día 1 de agosto se celebra el Día de la Pachamama (en quechua, una lengua andina, pacha es espacio tiempo y mama es madre). Durante todo el mes de agosto los runas (en quechua, seres humanos) rinden homenaje y agradecen esta deidad andina, equivalente en español a la Madre Tierra Cósmica.

En el encuentro de la Pachamama nos hemos reunido 15 runas a rendirle homenaje. Somos terapeutas holísticos y artistas plásticos, emprendedor@s y profesionales de la educación y de la salud, madres y padres, hijos e hijas que te compartimos cómo la cosmovivencia andina atraviesa nuestros pensamientos, palabras y acciones para promover sostenibilidad planetaria, social y personal, y cómo tu vida puede mejorar también con esta concepción del mundo. 

Regístrate ahora y accede a todo el material que he preparado para ti en esta ofrenda de agradecimiento a la Pachamama

Descubre qué implica ser tierra y ser de la tierra desde el Valle

¿Buscas otras maneras de relacionarte con la tierra y su protección?

¿Te sientes en desconexión y necesitas inspiración para regresar al presente?

¿Te gustaría tener otra vinculación con el lugar y el tiempo que habitas? 

¿Quieres descubrirte y sostenerte como realmente eres?

Si te respondes  a alguna de estas preguntas, este encuentro virtual es para ti

¿QUÉ PUEDE HACER POR TI EL ENCUENTRO DE LA PACHAMAMA?

En esta ofrenda de agradecimiento se te va a desvelar cómo: